jueves, 31 de julio de 2025

ÁLVARO MARTÍNEZ CONRADI

 




 

Pocos casos como el de Álvaro Martínez Conradi representan con tanto equilibrio el tránsito de la arena al campo, del arte del rejoneo a la ciencia ganadera. Nacido en el seno de una familia andaluza profundamente vinculada a la tradición ecuestre, Álvaro tuvo una primera vida taurina como rejoneador, forjando su carrera a caballo en plazas del sur de España, especialmente en Andalucía, donde se recuerdan sus actuaciones en ruedos menores durante la década de los años sesenta. Su momento de mayor actividad lo vivió en 1968, temporada en la que llegó a actuar en doce festejos, lo que da muestra del interés que despertaba su figura en la escena del rejoneo de entonces.

 

Sin embargo, su verdadera consagración llegó tras su paso por los ruedos, al frente de una de las divisas más singulares y reconocidas del campo bravo actual: La Quinta. En 1988, Álvaro Martínez Conradi asumió la dirección de esta ganadería, asentada en Palos de la Frontera (Huelva) y formada íntegramente con reses de procedencia Santacoloma–Buendía, en un momento en que este encaste era más símbolo de minoría que de vigencia. Lejos de buscar la comodidad del toro moderno, optó por rescatar la esencia del toro torero, de bella lámina, hondo, de mirada seria y comportamiento encastado. Su filosofía como criador ha sido clara: preservar lo mejor de la tradición sin renunciar a la evolución.

 

Con el tiempo, La Quinta ha pasado de ser una ganadería para aficionados exigentes a consolidarse como una divisa imprescindible en plazas como Sevilla, Madrid, Dax, Istres o Mont-de-Marsan. Su debut en Las Ventas se produjo en 2002, y desde entonces no han faltado tardes memorables. Ejemplo de ello fue el indulto de “Golosino” en Istres en 2013, y el éxito rotundo en Albacete o La Maestranza años después. En 2022, La Quinta fue reconocida con la Oreja de Oro a la ganadería del año, galardón que ratifica su paso firme en el mapa ganadero.

 

Apasionado del campo, metódico y sobrio, Álvaro Martínez Conradi representa la figura del ganadero artesano, ese que baja al cercado a observar, que conoce a sus vacas por reatas y a sus sementales por comportamiento. Aunque nunca buscó protagonismo mediático, su nombre se ha convertido en sinónimo de calidad, integridad y respeto a una forma de entender la bravura.

 

Del rejoneador que un día soñó con la gloria a caballo, al criador que hoy deja herencia viva en cada embestida de sus toros, Álvaro Martínez Conradi ha recorrido el camino con verdad. Y en esa verdad radica, precisamente, su prestigio.

sábado, 26 de julio de 2025

DOLORES SÁNCHEZ “LA FRAGOSA”

 



Dolores Sánchez “La Fragosa” fue una figura emblemática del toreo femenino en la España del siglo XIX, pionera audaz que desafió las normas sociales y estéticas de su tiempo para forjarse un nombre en uno de los espacios más cerrados para las mujeres: el ruedo. Nació en el barrio de Triana, en Sevilla, el 25 de septiembre de 1866 —aunque algunas fuentes apuntan a 1864—, en la calle Larga nº 24. Hija de Juan y Francisca, comerciantes ambulantes, su infancia transcurrió entre su ciudad natal y La Línea de la Concepción (Cádiz), adonde la familia se trasladó cuando ella tenía apenas doce años.

 

Fue en La Línea donde Dolores comenzó a relacionarse con el mundo del caballo, ayudando en las caballerizas familiares que eran utilizadas para el transporte de mercancías. Este vínculo temprano con la equitación no solo forjó su destreza física, sino también su carácter decidido, que más adelante afloraría en los ruedos. Su afición por el toreo nació entre capeas populares en los alrededores de Sevilla, donde se inició como torilera y sobresalió por su habilidad. Años después, cantaba en cafés cantantes, pero su atracción por la tauromaquia la empujó a convertirse en novillera, guiada por una vocación que desbordaba los espacios tradicionalmente reservados a las mujeres.

 

Debutó como torera en 1885 en Constantina (Sevilla), enfrentándose a un becerro, y comenzó a ganar notoriedad al actuar en localidades como El Arahal, Alcalá de Guadaíra, Jaén y Linares. Su actuación del 13 de junio de 1886 en esta última plaza fue especialmente celebrada. Ese mismo año, el 22 de julio, alcanzó su consagración en una corrida histórica en Sevilla: encabezó un cartel compuesto únicamente por mujeres, y tras ser herida por el primer becerro, continuó la lidia enfrentándose a otros cinco, con bravura y dominio técnico, hasta ser sacada en hombros entre el entusiasmo general. Esta faena fue objeto de abundantes crónicas, poemas y coplas que circularon en la prensa taurina de la época, consolidando su fama.

 

La Fragosa fue la primera mujer torera que se atrevió a sustituir la falda tradicional por la taleguilla, vistiendo el traje de luces masculino en un acto profundamente transgresor. También rompió con la convención de formar parte de cuadrillas exclusivamente femeninas, al integrar una cuadrilla de hombres, lo que causó escándalo en los sectores más conservadores de la afición y la crítica taurina. Su figura, sin embargo, logró traspasar el estigma de su género. En 1886, fue retratada en la portada del semanario taurino La Nueva Lidia, un gesto que evidenció tanto su popularidad como la controversia que generaba. La prensa conservadora la atacó sin clemencia. Ángel Caamaño, el célebre crítico taurino apodado “El Barquero”, le dedicó un poema condescendiente y misógino:

 

    “En vez de dedicarse a planchadora

    o hacerse lavandera

    se dedicó al toreo esta señora

    y, al fin, se hizo torera.

    Cada cual tiene un gusto diferente

    y así vamos tirando:

    pero yo lo que opino es, francamente,

    que estaría mejor Lola fregando”.

 

Estas críticas no mermaron su determinación. A lo largo de cinco o seis años de carrera, toreó en plazas importantes de Andalucía, como Cádiz, Córdoba, Jerez, Sanlúcar y Linares, así como en localidades madrileñas como Vallecas. Su estilo fue descrito como valiente hasta la temeridad, y su entrega le costó numerosas cogidas. A pesar de los riesgos, logró ganar lo suficiente para retirarse con tranquilidad, según fuentes de la época, lo que confirma el impacto económico de su popularidad.

 



Su trayectoria se inscribe en un contexto singular: durante las últimas décadas del siglo XIX, el toreo femenino vivió un breve periodo de efervescencia con cuadrillas como “Las Noyas” —procedentes de Cataluña— que se presentaron en España y América entre 1895 y 1900. Sin embargo, la presión del gremio masculino no tardó en traducirse en medidas institucionales. En 1908, el ministro de Gobernación Juan de la Cierva promulgó una Real Orden que prohibía a las mujeres actuar a pie en los ruedos españoles, consolidando un veto que ya venía aplicándose de manera extraoficial por empresarios y matadores que se negaban a compartir cartel con ellas.

 

El legado de Dolores Sánchez sobrevivió a la prohibición. Su influencia fue directa en figuras como María Salomé Rodríguez, conocida como “La Reverte”, quien decidió hacerse torera tras verla actuar. Para eludir la normativa de 1908, La Reverte adoptó la identidad masculina de “Agustín Rodríguez” y continuó toreando disfrazada de hombre, heredando así el espíritu desafiante que La Fragosa había encarnado años atrás.

 

En lo personal, Dolores se casó con su banderillero Rafael Sánchez, apodado “El Bebe”, y fue madre de “Bebe chico”, quien también incursionó en el mundo taurino. A pesar de su fama, los detalles sobre su retiro y su muerte permanecen en la penumbra. No se conoce con certeza la fecha ni las circunstancias de su fallecimiento, lo que contribuye a envolver su figura en una bruma de leyenda.

 

Dolores Sánchez “La Fragosa” no fue solo una torera destacada, sino una transgresora radical en una España marcada por rígidas convenciones de género. Su paso por los ruedos fue tan fulgurante como incómodo para la estructura patriarcal del toreo, pero abrió caminos para otras mujeres que, inspiradas por su ejemplo, encontraron el valor de enfrentarse al toro —y a la sociedad— a su manera. Su nombre, aunque durante años relegado a los márgenes de la historia oficial, hoy brilla con justicia como símbolo fundacional del toreo femenino moderno.


martes, 22 de julio de 2025

ENTRE LEYENDA Y REALIDAD

 


 


La tauromaquia, arraigada en la historia y la tradición de España y América Latina, ha sido por siglos una expresión de arte, coraje y ritual. Sin embargo, más allá del albero, las banderillas y el paseíllo, existe un universo menos visible que circula entre bastidores y burladeros: un mundo de sombras, presagios y relatos que trascienden la lógica. Apariciones, maldiciones, rituales misteriosos y toreros que, según cuentan, no han abandonado del todo la plaza, alimentan una mitología paralela que convive con la Fiesta.

Apariciones y presencias: espíritus entre los tendidos

 

Uno de los casos más conocidos ocurrió en la Plaza de Toros Santamaría de Bogotá. En 2014, durante una protesta de novilleros en huelga de hambre, se tomó una fotografía donde aparece una figura espectral con cabeza de cerdo. La imagen, que circuló ampliamente en blogs y foros como Toros y Faenas y El Rincón Paranormal, fue interpretada como una manifestación sobrenatural. A partir de entonces, vigilantes nocturnos y empleados han reportado gritos, pasos y murmullos en zonas vacías del coso colombiano, especialmente en los pasillos cercanos al toril.

 

Similares historias se cuentan sobre la Maestranza de Sevilla, donde el torero Blanquet, días antes de morir repentinamente de un infarto, afirmó oler cera quemada durante dos faenas distintas. Para muchos, ese aroma fue un presagio funesto, asociado a las velas y la muerte.

Toreros que no descansan: tragedias y retornos

 

Los casos de toreros fallecidos que siguen "presentes" en espíritu han cobrado fuerza a través de testimonios orales y leyendas urbanas. En plazas ya clausuradas o ganaderías antiguas, algunos aseguran ver sombras vestidas de luces en la madrugada o escuchar voces que entonan pases sin público. No hay grabaciones concluyentes, pero sí una persistente narrativa que habla de figuras que se resisten a abandonar el ruedo.

 

Un caso célebre es el del llamado “Cartel Maldito de Pozoblanco”. El 26 de septiembre de 1984, Francisco Rivera “Paquirri” murió en la plaza de Córdoba al ser corneado por el toro Avispado. Apenas un año después, José Cubero “El Yiyo”, quien había sustituido a Paquirri en diversas corridas, falleció en Madrid por una cornada en el corazón. El tercero del cartel, Vicente Ruiz “El Soro”, sufrió una lesión que casi le costó la pierna y lo apartó durante décadas del toreo. El destino trágico de los tres protagonistas alimentó la idea de una maldición, atribuida por algunos a la cabeza disecada de Avispado, expuesta como trofeo en la finca de Paquirri.

Toros espectrales: entre lo físico y lo simbólico

 

En redes sociales como TikTok, han circulado videos virales sobre el llamado "Toro Fantasma" en Azángaro, Perú, y en una finca llamada Rancho La Estrella. Se trata de imágenes donde se escuchan mugidos lejanos y se muestra la silueta oscura de un toro sin dueño. Aunque estas grabaciones suelen ser de baja calidad, acumulan millones de vistas y generan debates sobre su autenticidad. En estos relatos, lo visual se mezcla con lo ancestral: el toro como símbolo de fuerza y misterio, convertido ahora en ente espectral.

 

Otra figura asociada al misticismo taurino es el Toro de Fuego, especialmente en fiestas como el Toro de Júbilo en Medinaceli (Soria). Allí, un toro recorre la plaza con bolas de brea encendidas en los cuernos. Aunque esta práctica tiene raíces paganas y prerromanas, el fuego purificador y el animal envuelto en llamas evocan un imaginario claramente sobrenatural.

Pactos, supersticiones y brujería ecuestre

 

La historia taurina no está exenta de creencias mágicas. Algunos toreros afirman portar medallas bendecidas, dientes de lobo, monedas antiguas o escapularios durante la corrida como protección. En México, especialmente en relatos del siglo XVII ligados a la charrería, se narran hechos insólitos como el del mulato vaquero que introducía naranjas en los cuernos del toro y lo amansaba, algo que los clérigos de la época atribuían a brujería. También se mencionan supuestos pactos con entidades oscuras para obtener temple y coraje frente al toro, en especial entre toreros gitanos.

Su gestión colectiva: la sugestión como motor del misterio

 

Muchos fenómenos atribuidos a lo paranormal pueden tener explicación psicológica. La soledad de una plaza vacía, el eco de los tendidos, los reflejos, la presión emocional del torero o la mitología transmitida por generaciones generan condiciones perfectas para la sugestión colectiva.

 

En entrevistas recogidas por Toros y Faenas y Ovaciones, algunos profesionales del sector —desde banderilleros hasta mozos de espadas— afirman haber sentido “una presencia”, o experimentar frío repentino en pasillos donde no hay corriente de aire. En algunos casos, incluso se han negado a regresar a ciertas zonas de la plaza.



De las ruinas a las redes: el nuevo altar del mito

 

Actualmente, las plazas en ruinas o abandonadas se convierten en escenarios privilegiados para grabaciones paranormales. Canales de YouTube e investigadores independientes realizan “exploraciones nocturnas” en recintos como la vieja Plaza de Toros de San Roque (Cádiz) o cosos rurales en desuso. Allí afirman captar psicofonías, luces erráticas y movimientos sin explicación. Aunque estos contenidos no están avalados por la ciencia, alimentan la expansión del mito en la era digital.

La mirada escéptica: entre lo creíble y lo creído

 

Expertos como José Francisco Coello Ugalde, historiador taurino mexicano, señalan que muchas de estas leyendas responden a una construcción social del miedo, el respeto y la muerte en el toreo. Las figuras espectrales no buscan tanto ser verdaderas como simbólicas: representan la carga emocional del oficio, la memoria colectiva de los caídos, y el romanticismo fatal que rodea la figura del matador.

 

En este sentido, los fantasmas taurinos no habitan tanto las plazas como la conciencia de quienes las aman.

 Conclusión: el tercer tercio del misterio

 

Lo paranormal en el mundo taurino forma parte de su liturgia no oficial. Desde toros espectrales en videos virales hasta olores premonitorios en la plaza, desde pactos oscuros hasta sombras en los burladeros, este cúmulo de relatos constituye una suerte de tercer tercio invisible, donde se enfrentan la razón y la emoción.

 

En un mundo tan arraigado a la muerte y al rito como el taurino, no sorprende que lo sobrenatural se cuele entre las tablas. Si hay fantasmas en las plazas, tal vez no sean más que recuerdos —pero en la tauromaquia, los recuerdos se visten de luces y nunca se van del todo.

domingo, 20 de julio de 2025

MARCIAL VILLASANTE

 

 


Marcial Villasante Riaño fue, sin duda, una de esas figuras imprescindibles que, desde la trastienda de la Tauromaquia, mantuvieron encendida la llama del toreo con pasión, constancia y humildad. Sin los grandes focos de la gloria, pero con la nobleza del que no busca más recompensa que el deber cumplido, consagró su vida entera a la Fiesta desde todos los flancos posibles: novillero, empresario, apoderado, ganadero y, sobre todo, incansable defensor del toreo de base.

 

Nacido en 1936 en Villalpando (Zamora), un pueblo que respira campo y tradición, Marcial comenzó su andadura taurina desde niño, en un entorno donde las capeas formaban parte esencial del calendario popular. Durante las fiestas de San Roque, oficiando como pregonero municipal, quedó fascinado por la cuadrilla de viejos toreros desheredados de la gloria que recalaban en el pueblo para tentar a la suerte y pasar el guante al terminar. Nombres como El Velas, Perules, El Poto, El Maño, Arturo, El Muertes, o Conrado —el zamorano que acabaría convertido en leyenda de las capeas— fueron los primeros espejos en los que Marcial empezó a mirarse.

 

Aquel universo romántico y heroico encendió una pasión que jamás se apagaría. Empezó toreando de salón con su hermano y su inseparable amigo Andrés Vázquez, “El Nono”, en los corrales del pueblo. Más adelante, se trasladó a Madrid, donde se formó en la Escuela Taurina de Vista Alegre bajo la tutela de maestros como Saleri II y Marquina. Fue allí donde comenzó a gestarse su etapa como novillero.

 

Su primera experiencia seria llegó con catorce años, cuando se puso delante de una vaca y recibió una cornada grave en una finca de Casimiro Sánchez, en Benavente. Pese al susto, no se amilanó. Mató su primer novillo en Castroverde del Campo y acumuló más de doscientas becerradas a lo largo de su trayectoria. Aunque debutó con picadores —incluso toreó en Almendralejo—, nunca llegó a tomar la alternativa. Con honestidad y humildad, reconocía que el camino hacia el estrellato era muy difícil y que debía ser consciente de sus propias limitaciones.

 

Obtuvo el carné de profesional y toreó en numerosos pueblos de Castilla y otras regiones, sabiendo que su lugar en la historia taurina no estaba en la cima del escalafón, sino en otros terrenos no menos importantes.

 

La faceta en la que Marcial Villasante dejó su huella más profunda fue la de empresario. Su debut en este terreno fue tan simbólico como accidentado: organizó un festival en Candelario durante las fiestas de Santiago y se anunció para matar un novillo. Durante la lidia, al ver a varios jóvenes colarse trepando por los árboles, gritó “¡Se está colando gente!”, se distrajo y el novillo lo volteó, fracturándole la clavícula. No terminó la faena, pero sí quedó grabada la escena como símbolo de su entrega, su vocación de servicio y su sentido de la responsabilidad.

 

A partir de entonces, comenzó una prolífica carrera como organizador de festejos en toda la geografía española, especialmente en Zamora, Salamanca, Segovia, Valladolid, Cáceres, Trujillo, Olivenza, Balmaseda, Sepúlveda y la Sierra de Madrid. También promovió espectáculos en La Alcarria, Extremadura y llegó incluso a organizar una ambiciosa temporada en El Puerto de la Cruz, en Tenerife. Esta aventura acabó en fracaso económico, pero no mermó su entusiasmo, como tampoco lo hicieron otros reveses, como la caída de plazas portátiles en Pinilla de Toro o El Pinedo, que asumió con entereza.

La ciudad de Salamanca fue mucho más que una residencia para Marcial Villasante: se convirtió en su auténtico cuartel general. Desde allí, con una visión estratégica y una vocación inquebrantable, diseñó muchas de sus gestas más audaces como empresario taurino. Fue desde la capital charra desde donde ideó y puso en marcha iniciativas que hoy resultan memorables, como llevar corridas de toros a Tenerife, organizar una corrida goyesca en plena Sierra de Béjar o incorporar con naturalidad al cartel a mujeres toreras, grupos cómicos taurinos, forcados portugueses y jóvenes promesas. Para Marcial todos tenían cabida, todos merecían un sitio. Su obsesión era mantener viva la afición, alimentarla en todos los rincones posibles, especialmente en aquellos municipios que apenas tenían acceso a espectáculos taurinos de calidad.

 

Esa capacidad de gestión, pero también de sensibilidad hacia el aficionado de a pie, es la que recogio su hija, la periodista Patricia Villasante, en un libro titulado “Marcial Villasante, una vida dedicada al toro”. En sus páginas, la autora repasa las vivencias de su padre, primero como soñador del toreo que luchó por formar parte del escalafón de matadores, y después como un empresario innovador, siempre al servicio de la Fiesta.

Contrató a las máximas figuras del momento, como El Viti, Julio Robles, El Niño de la Capea o Manzanares, pero también supo abrir carteles a los que apenas comenzaban, conscientes de que en ellos estaba el porvenir. Fue, como lo define su hija, “un hombre orquesta, emprendedor, luchador, adelantado a su tiempo”. Un personaje singular que encontró en Salamanca su tierra adoptiva desde principios de los años 60 y que allí vivió, trabajó y soñó hasta el final de sus días. Este libro, según su autora, “no es una biografía convencional, sino un retrato íntimo y peculiar de alguien que vivió y sintió el toro con intensidad y entrega absolutas”.

 

Durante años tuvo tres plazas portátiles con las que recorrió España. En ellas pasaron figuras como El Viti, Manzanares, Paco Camino, Dámaso González, Julio Robles y El Niño de la Capea. Con algunos, como Robles y Capea, tuvo una relación especial, habiéndolos apoyado en sus primeros pasos cuando aún toreaban de tapia por las fincas salmantinas.

 

 

 

Otra de sus grandes aportaciones al toreo fue su labor como apoderado. Llevó con acierto la carrera de Julio Norte, a quien condujo hasta la alternativa, y representó a Pepe Luis Gallego y a Domingo Siro “El Mingo”. Además, orientó a numerosos toreros jóvenes, incluyendo mujeres toreras en una época en la que eso aún era poco frecuente. Su olfato taurino era proverbial: sabía detectar a quien tenía madera de figura y no dudaba en ofrecerle su apoyo, aunque supusiera un sacrificio económico.

 

A diferencia de muchos empresarios, no buscaba el beneficio rápido, sino la continuidad de la Fiesta. Su hija, la periodista Patricia Villasante, contaba que “prefería ganar menos si con ello ayudaba a un amigo o daba oportunidad a alguien con talento”.

 

En su variada trayectoria también hubo espacio para la ganadería. Adquirió una punta de ganado a Matías Bernardos “El Raboso”, cuya finca estaba en Fuentelapeña (Zamora). Más tarde vendió la vacada, que actualmente sigue lidiándose bajo el nombre de “Santa María de los Caballeros”.

Hombre atento, servicial, honesto y sencillo, fue conocido por su cercanía y su carácter afable. En sus últimos años, aunque retirado de la gestión directa, no se alejó nunca del mundo del toro. Seguía acudiendo a festejos, coloquios, tertulias y actos taurinos, acompañado siempre de su esposa Nati o su hija Patricia, con quien mantenía una relación especialmente entrañable. Su saludo habitual —“¿Cómo estás, jefe?”— se convirtió en seña de identidad entre los muchos amigos y aficionados que lo recordarán por siempre.



Falleció el 7 de agosto de 2018 en Salamanca, a los 82 años. Su funeral se celebró en la Parroquia de María Mediadora y sus restos fueron trasladados a Villalpando, su querido pueblo natal, donde descansan bajo el cielo limpio y la tierra firme que lo vieron nacer y soñar.

 

Marcial Villasante representa la figura del romántico taurino, del luchador incansable que, lejos de los focos y sin grandes padrinazgos, sostuvo la Fiesta desde la base. Su vida fue un ejemplo de entrega, de amor por el toro y de compromiso con las raíces del toreo. Fue, como bien lo definió Paco Cañamero, “un personaje menudo e inquieto, de ojos vivarachos, que fue un luchador en todos los caminos del toro y deja el buen recuerdo de quien supo ganarse el respeto general”.

 

Y quizás por todo eso, el día de su muerte, como escribió Cañamero, “en el cielo abrieron de par en par la puerta grande y hasta San Pedro se despojó de su capotillo para arrojárselo a los pies de Marcial y darle la bienvenida más torera”.

domingo, 6 de julio de 2025

FRASCUELO, LA LEYENDA OLVIDADA BAJO SU PROPIO NOMBRE

 


Durante décadas, el lugar donde reposaban los restos de Salvador Sánchez Povedano, más conocido por su nombre taurino Frascuelo, permaneció envuelto en un discreto anonimato. Aunque su tumba se encontraba en la Sacramental de San Isidro de Madrid, pocos lograban identificarla: la losa de piedra solo mostraba su nombre civil, sin alusión alguna a su gloria en los ruedos.

 

El misterio no era menor, considerando que Frascuelo fue una figura cumbre del toreo del siglo XIX, rival directo de Lagartijo y uno de los máximos exponentes de una época en que la tauromaquia aún se escribía con letras de forja. Su estilo, seco, poderoso y de marcada personalidad, dejó una impronta imborrable en la historia del toreo, aunque su final fue tan silencioso como su vida posterior a los ruedos.

 

Su última tarde como matador tuvo lugar el 26 de mayo de 1887 en la Plaza de Toros de Madrid. Aquel día, Frascuelo fue alcanzado por un toro de Aleas llamado "Bordador". La cornada no fue letal, pero sí definitiva. Herido física y moralmente, y consciente del inexorable paso del tiempo, decidió no volver a vestir el traje de luces. A sus ojos, aquel percance simbolizaba el cierre natural de una trayectoria brillante.

 

Tras su retiro, optó por el silencio. Se alejó de la ciudad y de la fama que durante tantos años había sostenido, refugiándose en una finca cerca de Torrelodones. Allí vivió sus últimos años en contacto con la tierra, rodeado de bueyes y labores agrícolas. Se decía que pasaba las tardes apoyado en un arado, contemplando el campo con la serenidad de quien había lidiado todos los toros de la vida. Su muerte, en mayo de 1898, no fue recogida con grandes titulares. El torero que una vez había llenado plazas enteras se fue sin estruendo, como se van los hombres verdaderamente grandes.

 

Fue enterrado bajo su nombre completo, sin más señales que identificaran al diestro inmortal. No hubo mausoleos adornados, ni placas que recordaran su arte. Por muchos años, su tumba fue solo una más entre miles, hasta que el esfuerzo de estudiosos y aficionados permitió redescubrir su sepultura. Gracias a esa labor, su figura volvió a emerger del olvido.

 

La imagen que mejor lo resumía apareció en una antigua fotografía: Frascuelo, mayor, alejado del bullicio de las plazas, tirando de una carreta de bueyes en su finca. Aquel retrato no mostraba ya al torero, sino al hombre reconciliado con la tierra y con su historia. Una imagen sin alardes, pero profundamente elocuente.

 


La historia de Frascuelo fue, durante muchos años, la de un mito sin tumba. Hoy se sabe que estuvo ahí todo el tiempo, solo que escondido tras el nombre que pocos recordaban. Quizá eso mismo definió su vida: grandeza sin estridencias, arte sin artificio, leyenda sin pretensión de eternidad.

LO INSOLITO Y LO CURIOSO

 



A lo largo del tiempo, la historia de la tauromaquia ha estado sembrada de episodios tan curiosos como insólitos, muchos de ellos olvidados entre páginas amarillentas y recuerdos de viejos aficionados. Uno de esos momentos pintorescos ocurrió el 6 de septiembre de 1957, cuando el torero gaditano José María Ponce y Almiñana actuó en la plaza de Palencia. Aquella tarde, el quinto toro, de la ganadería de Peñalver, sembró el desconcierto: derribó al espada, a su banderillero Fernando Gutiérrez y hasta al sobresaliente, provocando una escena de auténtico caos. El público, presa del nerviosismo, rompió en gritos y confusión. Entre tanto alboroto, un aficionado se alzó entre la multitud y, como si tratara de sosegar una tempestad, imploró a voz en cuello: “¡Calma, señores, calma!”. Aunque el gesto fue aplaudido, la tarde siguió marcada por el sobresalto. El matador fue conducido a la enfermería, afortunadamente sin consecuencias fatales. 

Décadas antes, en pleno siglo XIX, el legendario Curro Cúchares se había ganado la simpatía del público no solo por su arte sino por sus salidas ocurrentes. En una corrida celebrada el 1 de mayo de 1857 en Madrid, con toros de Justo Hernández (de la ganadería de Torre y Rueda), compartió cartel con toreros como Francisco Arjona “Cúchares”, Cayetano Sanz y José Carmona. Tal fue la gracia y desenvoltura de Curro que, al finalizar una de sus faenas, los espectadores, encantados, arrojaron a la arena una buena colección de sombreros de copa, símbolo de admiración en aquella época. 

Era un tiempo donde el entusiasmo popular se medía también por gestos teatrales. En Logroño, los aficionados recordaban con especial cariño a un toro llamado “El Espléndido”, de la ganadería de Cortés. El animal, de extraordinaria presencia y bravura, dejó tan honda huella que, una vez arrastrado, se le rindió homenaje adornando su cadáver con flores, algo excepcional incluso entonces. Los toros, cuando desataban la emoción pura, eran honrados como verdaderos héroes. 

También se dieron casos de regalos extravagantes. 

A un rejoneador —cuya identidad se pierde entre los recortes— le obsequiaron nada menos que un estuche de afeitar de oro, mientras otro torero recibió como presente un cofre lleno de monedas. El amor y la devoción de los admiradores podían adoptar formas inesperadas: hubo quien escribió una apasionada carta sobre un capote de paseo, otra rareza de las muchas que la historia taurina ha visto pasar. 

En Úbeda, durante una corrida en septiembre de 1878, se vivió una situación de gran escándalo. Un toro se saltó al callejón, sembrando el pánico. La multitud enloqueció, al punto que algunos aficionados terminaron arrestados tras causar destrozos en las gradas y provocar avalanchas. La corrida quedó en segundo plano: lo que se recordaba era la estampida humana y la intervención de la Guardia Civil. Las crónicas de entonces hablaban de un público desbordado, herido en su orgullo y muy poco dispuesto a escuchar explicaciones.

En Linares, también en el siglo XIX, un toro bautizado como “Pajarito”, de la ganadería de Díaz, hizo historia por su ferocidad. Tiró a dos picadores, derribó varios caballos, y obligó a los monosabios y varilargueros a retirarse con verdadero pavor. Uno de ellos huyó por la tronera más cercana sin siquiera recoger su vara, mientras otro se refugió detrás de un burladero. Ante semejante estampida de picadores, fue el mozo de espadas del torero Francisco Castellanos quien acabó saltando al ruedo para intentar contener al animal, que parecía imparable. Un cronista lo resumió con una frase memorable: “Ese toro era un demonio con cuernos”. 

En Córdoba, el 8 de febrero de 1903, se lidió otro toro de triste fama, “Bordador”, de Gil Flores. En esa ocasión, el banderillero Juan Mota fue víctima del temperamento del animal, que lo embistió con tal fuerza que lo mandó directamente a la enfermería con heridas serias. Aun así, según las crónicas, el torero insistió en no abandonar la plaza. Años más tarde, se sabría que el mismo toro había provocado escenas parecidas en otras plazas.  

En Madrid, el 26 de julio de 1862, se lidiaba otro “Bordador”, de Aleas, que hizo historia por la violencia con que se defendía. Ese toro sacó de sus casillas al público: derribó a varios subalternos, se lanzó contra los burladeros con furia y se convirtió en el verdadero protagonista de la tarde. Su comportamiento fue tan inusual que los aficionados aún lo recordaban décadas después. También se cuentan tardes aciagas para grandes figuras. 

En una corrida en Málaga, Rafael Molina “Lagartijo”, uno de los colosos de su tiempo, vivió una tarde para el olvido. Su faena, floja y sin inspiración, coincidió con un aguacero que terminó por vaciar las gradas. La crítica fue inmisericorde, sentenciando que aquella actuación había sido tan gris como el cielo que la acompañó. 

 Así era la tauromaquia de otros tiempos: imprevisible, caótica, a menudo peligrosa y siempre apasionante. Historias que hoy suenan inverosímiles, pero que formaron parte del día a día en las plazas. Aventuras y desventuras que los viejos cronistas recogieron con asombro y que, con el paso del tiempo, se transformaron en leyenda. El toreo, con su carga de gloria y de tragedia, de humor y de drama, ha estado siempre abierto a lo inesperado. Y eso, quizás, sea lo que lo hace eterno.

lunes, 23 de junio de 2025

GUERRITA, EL BANDERILLERO QUE MARCÓ ÉPOCA JUNTO A EL GALLO

 


Rafael Guerra Bejarano, más conocido como Guerrita, es uno de los nombres imprescindibles para entender la evolución del toreo entre los siglos XIX y XX. Su figura no solo fue grande como matador, sino que, antes de alcanzar ese estatus, dejó huella como banderillero en las cuadrillas más importantes de su tiempo. En especial, fue pieza clave al lado de Fernando Gómez “El Gallo”, con quien vivió una de las etapas más intensas y formativas de su carrera. Nacido en Córdoba en 1862, Rafael creció en un entorno donde el toreo no era bien visto en su casa. Su padre, portero del matadero municipal y encargado de sus llaves —de ahí el apodo juvenil de El Llaverito—, aborrecía el mundo del toro, especialmente tras la muerte de un familiar en los ruedos. Pero el joven Rafael no se dejó amedrentar. Muy pronto, su pasión y determinación lo llevaron a los tentaderos, donde comenzó a brillar por su habilidad, inteligencia y capacidad de adaptación ante las reses. 

En septiembre de 1876, con solo 14 años, hizo su debut en público en Andújar como parte de la cuadrilla de Los niños de Córdoba. Después de una pausa forzada por su familia, regresó con fuerza a los ruedos en 1878 y, tras varias actuaciones en novilladas, se unió en 1881 a la cuadrilla del matador Manuel Fuentes “Bocanegra”. Sin embargo, su paso por esta fue breve. Un año después, pasó a formar parte de la cuadrilla de Fernando Gómez “El Gallo”, en lo que sería uno de los capítulos más relevantes de su carrera como subalterno. A su lado, Guerrita no solo fue banderillero de referencia, sino que se convirtió en su hombre de confianza, hasta el punto de ser padrino del bautizo del hijo de su jefe, el que luego sería el mítico Rafael “El Gallo” ,aunque al parecer, esto es más mito que realidad, al menos documentalmente.

El trabajo de Guerrita en esa etapa fue tan sobresaliente que su nombre empezó a figurar en los carteles con el mismo tamaño que el de los espadas. Su popularidad creció hasta tal punto que muchos empresarios taurinos solicitaban su participación como condición para contratar al resto del cartel. Durante aquellos años, compartió plaza con toreros de la talla de Ángel Pastor, Lagartijo, Frascuelo, y leyendas internacionales como el mexicano Ponciano Díaz. Como banderillero, alternó con figuras inolvidables como Pablo Herrera, Antonio Recio, Manene o Gabriel “El Estudiante”, consolidando su estatus como uno de los subalternos más respetados de su generación. No fue solo en las grandes plazas donde Guerrita demostró su clase. También actuó en festivales benéficos, corridas mixtas, novilladas e incluso espectáculos en plazas portátiles, desplazándose por toda la geografía española: desde Sevilla a Zaragoza, pasando por Barcelona y Valencia. Su presencia imponía respeto, y su dominio de los tiempos, los terrenos y el temple en la lidia lo convertían en un referente del oficio. La relación con Fernando “El Gallo” no fue eterna. En 1885, tras un desacuerdo por la incorporación de otros miembros a la cuadrilla, Guerrita decidió separarse de forma tajante. Lo hizo con un escueto telegrama que reflejaba su carácter firme: “Enterado por su carta que no van a Caravaca ni Mojino ni Matacán, yo tampoco voy. Rafael.” Aquella ruptura marcó el final de su etapa como banderillero y el inicio de una nueva como figura por derecho propio. 

Libre de ataduras, pasó a formar parte del entorno cercano de Rafael Molina “Lagartijo”, quien lo trató como a un hijo. El 29 de septiembre de 1887, en la plaza de toros de Madrid, Lagartijo le concedió la alternativa, en una jornada inolvidable. Guerrita, que entonces tenía 25 años y ya acumulaba una experiencia envidiable como subalterno, toreó con la seguridad y la madurez de quien lleva años respirando arena. Esa tarde no solo se doctoró en tauromaquia, sino que confirmó que estaba llamado a ser uno de los grandes. Tras su alternativa, Guerrita viajó a La Habana junto a Francisco Arjona Reyes “Currito”, con quien toreó varias corridas que le abrieron las puertas del reconocimiento internacional. Su prestigio como matador creció rápidamente, y a lo largo de la década siguiente se consolidó como figura indiscutible del toreo, rivalizando con las grandes estrellas del momento y protagonizando algunos de los carteles más recordados de la época. 

Guerrita siempre fue un torero completo. A su ya reconocida destreza como banderillero, sumó una técnica pulida, inteligencia táctica en el ruedo y una sobriedad que lo distinguía. Fue un líder natural, admirado tanto por sus compañeros como por el público, y su carrera fue marcada por decisiones firmes, como la de retirarse voluntariamente en el momento más alto de su popularidad, algo poco común en el mundo taurino. En resumen, Guerrita no fue solo uno de los grandes matadores de su tiempo, sino un hombre que construyó su camino desde abajo, con trabajo, intuición y talento. Su paso como banderillero al lado de “El Gallo” no fue un simple episodio menor, sino la base de una formación sólida y honesta que lo preparó para liderar una época del toreo. Su nombre sigue presente en la historia como símbolo de oficio, temple y evolución. Su legado no solo vive en los libros, sino también en el ejemplo que dejó para todos aquellos que, como él, supieron subir cada escalón con dignidad y verdad.

viernes, 30 de mayo de 2025

Enrique Ortega "El Cuco": celos, ruina y tragedia en la estirpe de los Gallo

 



 

A finales de septiembre de 1926, Sevilla fue escenario de un drama con todos los ingredientes de una tragedia clásica: fama, linaje, pasión, celos, ruina y un desenlace fatídico. El protagonista fue Enrique Ortega Fernández, conocido en los ruedos como “El Cuco”, destacado banderillero y cuñado de dos de las mayores figuras del toreo: Rafael “El Gallo” y Joselito “El Gallo”.

La historia conmocionó a la ciudad y llenó páginas de diarios y tertulias. Según informaron los medios de la época, Enrique atravesaba desde hacía meses una crisis profunda, tanto en el plano conyugal como económico. Su matrimonio con Gabriela Gómez Ortega, hermana de los célebres toreros, se había deteriorado por las continuas discusiones, motivadas por celos, sospechas de infidelidad y problemas financieros.

Gabriela lo acusaba de haber dilapidado la herencia familiar que recibió tras la trágica muerte de Joselito y de mantener una relación extramatrimonial con una mujer joven, con quien se decía pasaba largas temporadas en Marmolejo. La situación se volvió insostenible.

El 21 de septiembre de 1926, tras una nueva discusión en el domicilio de una hermana de Enrique, en la calle Feria de Sevilla, el torero perdió el control. En un arrebato de furia, agredió brutalmente a su esposa con una navaja barbera, provocándole varias heridas de gravedad: una profunda incisión en el pecho, dos puñaladas cerca del corazón y cortes en las manos cuando intentó defenderse. Convencido de haberla matado, intentó quitarse la vida hiriéndose en la cabeza y el pecho, para luego arrojarse por el balcón del segundo piso.

Milagrosamente, ambos sobrevivieron. Gabriela fue ingresada de urgencia y logró estabilizarse. Enrique, visiblemente alterado y herido, fue hospitalizado y luego trasladado al juzgado. Durante su comparecencia, lloró, pidió perdón, y repitió entre sollozos: “¡Mis hijos, mis hijos! ¡Gabriela!”. A punto estuvo de suicidarse nuevamente en las escaleras del juzgado, donde fue detenido por la Guardia de Seguridad antes de lanzarse al vacío.

Los informes médicos apuntaban a un grave trastorno emocional, agravado por el deterioro económico, los celos y la presión interna de verse superado por el peso de su apellido político y taurino. Atrás quedaban sus años de esplendor como torero de confianza de los Gallo, y su incursión en el teatro como autor del sainete El triunfo de Manoliyo, estrenado en el Teatro Martín de Madrid en 1918.

La tragedia se completó un mes después, el 21 de octubre de 1926, cuando Enrique Ortega se quitó la vida de forma definitiva, esta vez en casa de una hermana. Ponía así fin a una vida marcada por el arte y el infortunio, y a una caída dolorosa desde las alturas de la dinastía taurina más célebre del primer tercio del siglo XX.


Fuente: “EL ESCÁNDALO” Semanario, BARCELONA, 30 DE SEPTIEMBRE DE 1926

 

 

 

ALVARO DOMECQ ROMERO

 



 

Cuando Álvaro Domecq Romero optó por adentrarse en el rejoneo, se encontró con numerosas ventajas, a los ojos de muchos, pero también con un importante desafío: mantener el prestigio del apellido Domecq en el ámbito del toreo a caballo, una meta que alcanzó gracias a sus propios méritos. Originario de Jerez de la Frontera, al igual que su progenitor, Álvaro Domecq y Díez, desde su más temprana infancia estuvo inmerso en el mundo del toro y el caballo debido a las circunstancias familiares bien conocidas.

Su primera incursión en el ámbito público tuvo lugar cuando apenas contaba con 16 años pues había nacido el 8 de abril de 1940, participando en un festival benéfico en Tarifa el 26 de febrero de 1956. Cuatro meses después, debutó en la plaza de Jerez, en otro festival, y actuó como profesional por primera vez el 3 de septiembre del mismo año en la Real Maestranza de Ronda (Málaga). Su primera temporada completa como profesional fue en 1960, en la que obtuvo importantes triunfos como los logrados en Barcelona o El Puerto de Santa María. Dos años más tarde, el 7 de junio de 1962, hizo su debut en la plaza de Las Ventas de Madrid, en la tradicional Corrida de la Beneficencia, y después de acumular 49 contratos en 1963, viajó a América para participar en el festejo conmemorativo del quinto aniversario de la Monumental Plaza México.

Tras varias temporadas en las que redujo voluntariamente sus apariciones, anunció su retirada en Zaragoza el 14 de octubre de 1967, aunque esta no resultó definitiva. En 1968, actuó únicamente en la Corrida del Montepío de Toreros celebrada en Fuengirola el 22 de mayo, pero un lucrativo contrato lo llevó a realizar una campaña en Colombia y Venezuela la temporada siguiente. Con renovadas energías, reapareció en España en 1970, alcanzando las 111 corridas en la temporada de 1971.

El gran acontecimiento de ese año tuvo lugar en la plaza de su ciudad natal, donde se encerró en solitario con siete toros, logrando cortar siete orejas y dos rabos. El mismo nivel, tanto en cantidad como en calidad, se mantuvo a lo largo de toda la década de los 70 y se prolongó hasta principios de los 80. Sus actuaciones le valieron un buen número de trofeos, como el Trofeo Antonio Cañero de la Casa de Córdoba de Madrid, que le fue otorgado por su destacada labor durante la Feria de San Isidro de 1983.

Dos años después, anunció nuevamente su retirada, despidiéndose del público portugués en Lisboa el 19 de septiembre y del público español en Jerez el 12 de octubre, en un festejo en el que también participó su padre. Luego, tras una breve reaparición en 1988, volvió a los ruedos para otorgar la alternativa a su sobrino Antonio en Jerez el 21 de mayo de 1992, y para confirmarla a él y a Luis en Madrid la tarde del 30 de mayo.



Desde entonces, solo ha participado en algunos festivales benéficos, dedicando su refinado estilo a caballo al servicio de la Escuela Andaluza de Arte Ecuestre.

Además de sus logros como jinete, también acumuló numerosos premios en diversas disciplinas ecuestres, como doma vaquera, doma clásica y acoso y derribo, y recibió la distinción del Caballo de Oro. Como ganadero, hizo famoso su hierro Torrestrella, criado en la finca Los Alburejos hasta 2020.

En 1973, fundó la Real Escuela Andaluza del Arte Ecuestre de Jerez, un auténtico referente de la cultura del caballo andaluz en todo el mundo. El origen de esta institución se remonta a la concesión del Caballo de Oro, para la cual Domecq organizó un espectáculo llamado ‘Cómo bailan los caballos andaluces’. Este espectáculo, de gran éxito, se llevó a cabo durante ocho años en una carpa del Depósito de Sementales, hasta que se convirtió en la actual Real Escuela de Arte Ecuestre. Álvaro Domecq negoció junto al entonces Ministerio de Turismo la compra del antiguo Palacio del Duque de Abrantes como sede de la institución, que dirigió durante dos décadas y media.

A lo largo de su vida, Álvaro Domecq ha acumulado numerosos premios y reconocimientos, incluyendo la Medalla de Oro de la Asociación de Escuelas Taurinas de Andalucía, el Premio del Clúster Turístico #DestinoJerez (2018), el Premio Augusto Ferrer-Dalmau de la Academia de la Diplomacia y el Premio en el Salón Internacional del Caballo (2019). Fue nombrado Embajador de la Provincia de Cádiz en 2016, es Hermano Mayor Honorífico de la Real Hermandad del Rocío de Jerez de la Frontera y Hijo Predilecto de Jerez desde 2022.En su faceta como empresario, es dueño de la bodega que lleva su nombre y ha impulsado numerosos proyectos en el ámbito turístico, como el paquete ‘Jerez, frontera del sueño’, que combina el mundo ecuestre, la gastronomía y el flamenco. En su finca El Carrascal se presenta el espectáculo ecuestre ‘A campo abierto’. El 15 de octubre de 2022 fue nombrado hijo predilecto de su ciudad natal, Jerez de la Frontera. Esta casado con Maria Isabel Domecq Ybarra.

ANTONIO ORTEGA RAMIREZ "EL MARINERO"

 


Hijo del banderillero Manuel Ortega, Lillo y Carlota Ramírez, primo hermano de Gabriela Ortega Feria, madre de los Gallos, y sobrino de Barrambin y El Cuco, excepcionales banderilleros, en él se une la afición a los toros con el embrujo del mar, en principio para ganar el sustento y más tarde como medio para alegrar los cosos del otro lado del océano. De ahí el sobrenombre con que se le distingue en la bibliografía taurina: El Marinero. Pudo haber sido otra cosa y, sin embargo, sólo fue torero y de renombre, lo que aprendió con dilección en las estancias de Puerta de Tierra, en el Matadero, y viendo banderillear a su padre. Nace en Cádiz en la calle sopranis el 11 de abril de 1857.No era muy afecto Lillo a que su hijo se dedicase al toreo, y puso de su parte cuanto pudo para desterrar de sus deseos semejante afición. Con tal objeto, le embarcó el año 1869 en uno de los vapores costeros del Mediterráneo, sin que por esto amortiguara la afición al arte en el joven marinó. 

Tanto fue así que en uno de los viajes que hizo a Málaga el vapor en que navegaba, tomó parte en una novillada que tuvo lugar para un objeto benéfico, en la plaza de dicha ciudad siendo tal su arrojo y valentía que el público le colmó de aplausos y regalos, hasta el extremo que la prensa deja localidad se ocupó de él diciendo que “el que más se había distinguido era un chico (tenía doce años), al parecer marinero, el cual, por su desenvoltura, arrojo y serenidad, había merecido justamente el aplauso del público” Desde entonces fue conocido entre los aficionados y sus compañeros por el epodo de El Marinero. En 1870 entró a formar parte de la cuadrilla de jóvenes conocida con el nombre de “los niños de Cádiz” figurando en ella como espada. En 1875 se embarca para Lima, como banderillero de Paco de Oro. 


Tiene gran éxito y abandona las banderillas por el estoque. En 1882 alterna en varias plazas españolas con Hermosilla y Mazzantini. Inaugura con el Gordito y con Frascuelo la nueva plaza de la Línea (Cádiz). Antonio Ortega "El Marinero" mató un toro en El Puerto, ofendido en su honor y en total oscuridad Todo ello ocurrió un 28 de agosto de 1.881. Se lidiaba una corrida de Dª Teresa Núñez de Prado, para un cartel compuesto por Francisco Arjona "Currito", Manuel Hermosilla y el mencionado Antonio Ortega "El Marinero". Debido a lo largo y extenso de los tercios de varas, y una vez que el presidente dio salida al último de la tarde, la plaza se encontraba en total oscuridad, ya la noche se había vencido sobre la ciudad. Bajo propuesta del público por la nula visión desde los tendidos, y para que no ocurriera ningún accidente en el ruedo, el presidente envió el toro a los corrales. En aquellos momentos, "El Marinero" no entendió tal postura y enormemente ofendido en su honor, (ya que pensó que nadie le enviaba un toro vivo a los corrales), tomó camino de los chiqueros, y en la misma puerta esperó la llegada de la res devuelta. Allí, al paso, le recetó una gran estocada de la que hizo rodar al animal. Mientras tanto, unos espectadores aplaudían, otros silbaban y abandonó la plaza mascando frases no muy gratas hacia el público y presidente. El 30 de Noviembre de 1884 se programa en Madrid la corrida de la Alternativa siendo suspendida por lluvia, Salvador Sánchez Frascuelo y Luis Mazzantini con toros de Barrionuevo completaban el cartel, pero no es hasta el 14 de mayo de 1885 que la toma de manos de El Gallo en la Real Maestranza de Sevilla confirmándola en Madrid, el 4 de junio de 1886, al concederle Bocanegra la muerte del toro Caballero de Aleas, en esa corrida resultan lesionados el banderillero Francisco Sánchez “Currinche” y el picador Francisco Fuentes. 

Nombró apoderado (1885) al célebre banderillero Mariano Antón que también lo era de Manuel Hermosilla por aquel entonces. En el año 1885 en Diciembre partió para hacer campaña en Cuba a donde fue contratado para 4 corridas en la Habana y 6 en Matanzas. Fue un torero muy castigado por los toros el castigo que repercutió en su integridad física. Sobre todo la plaza de Madrid parecía que le hacía mal de ojo, puesto que casi siempre que toreó en ella sucedió algún contratiempo desagradable (se hirió la mano derecha al dar una estocada, se suspendió una corrida por un impresionante aguacero y que volvió a repetirse el mismo día en que se había decidido celebrar de nuevo, etc.). Era un torero muy valiente, lo que le perjudicó en numerosas ocasiones, puesto que fue objeto de muy frecuentes cogidas. Una vez estuvo a punto de que le amputaran la pierna derecha. En otra, un toro de Pablo Romero saltó la barrera y, corneándole, le produjo heridas de tal consideración que le quedó mutilada la mano izquierda. La última vez que actuó en la corte el día 14 de Agosto de 1889, con toros de Pablo Romero, altemanado con Enrique Santos “Tortero" resultando los dos espadas heridos. El Marinero tuvo un amplio cartel en América, donde se le admiraba y era requerido con bastante frecuencia, sobre todo en las plazas de solera de Cuba, Colombia y Perú. 


Se cuenta que en una de estas plazas americanas se anunció que banderillearía un toro dando el cambio y teniendo colocado entre las piernas a un compañero del oficio. “El Lavi”, su primo, lo llegó a calificar como "payaso del toreo" por la realización de faenas, más que estrictamente artísticas, extraordinariamente valientes y muy poco ortodoxas. En 1892 la revista “El arte Taurino” daba cuenta de la siguiente noticia: “El matador de toros Antonio Ortega (El Marinero) ha sido contratado para trabajar veinte corridas en in pueblo de la jurisdicción de México”. En 1893 no tenía representante legal por lo que se auto apoderaba según diversas publicaciones de la revista antes mencionada. En su campaña americana del año 1894/1895 recibe una grave cornada que hace temer por su vida en la Habana, recuperándose en unos meses y regresando a España posteriormente. Se retiró del toreo en su ciudad natal el 12 de agosto de 1900: “Para la despedida del diestro gaditano Antonio Ortega Marinero, se dio otra corrida el día 12 de Agosto, con seis toros: de Adalid, Villamarta, Cámara, Otaolaurruchi, Arribas y Concha Sierra, regalados por los ganaderos, Marinero mató el primero fresco y confiado, dándole media estocada y un pinchazo bien señalado* La ovación fue atronadora Banderillearon este toro los novilleros. Morenito, Carrillo y Potoco. El segundo toro lo mató Potoco haciendo buena faena y rematándolo de un volapié aceptable En los cuatro restantes alternaron Carrillo v Morenito. Carrillo mató su primero desde lejos, dándole un pinchazo y media pescuecera. En el segundo, dióle un metisaca, degollándolo. Morenito, muy valiente y trabajador. En su primero una delantera y media buena, en su segundo hizo una faena alegre y dio un volapié regular. Los diestros torearon gratis. La entrada fue un lleno no visto en muchos años.” 

Después hizo otros viajes al Nuevo Mundo y en la plaza de Caracas (Venezuela) el 24 de Diciembre de 1905 añyernando con el sevillano Manuel González “Rerre" y el peruano "Chaleco" y con toros de la hacienda de la Candelaria toreó su definitiva última corrida. Imposibilitado para seguir toreando volvió a su patria chica, donde viejo y sin una peseta consiguió un modesto empleo en el Ayuntamiento de Cádiz, cargo que desempeñaba cuando le sorprendió la muerte.Falleció en Cádiz el 15 de febrero de 1910 a los 52 años víctima de una enfermedad, fallece en Cádiz Antonio Ortega y Ramírez, “El Marinero”, bajito y hábil con la espada. El “Marinero" en sus ¡numerables viajes ganó muchos pesos, que todos los años a su vuelta distribuía entre sus convecinos, pues, como buen gaditano, era noble, generoso y alegre; por eso murió pobre quien tanto dinero recogió con su profesión A El Marinero se le puede calificar como el torero de la mala suerte. Los revolcones que sufre son dignos de tenerse en cuenta, por cuanto repercuten en su integridad física. Sobre todo la plaza de Madrid parecía que le hacía mal de ojo, puesto que casi siempre que toreó en ella sucedió algún contratiempo desagradable (se hirió la mano derecha al dar una estocada, se suspendió una corrida por un impresionante aguacero y que volvió a repetirse el mismo día en que se había decidido celebrar de nuevo, etc.). Era un torero muy valiente, lo que le perjudicó en numerosas ocasiones, puesto que fue objeto de muy frecuentes cogidas. Una vez estuvo a punto de que le amputaran la pierna derecha. En otra, un toro de Pablo Romero saltó la barrera y, corneándole, le produjo heridas de tal consideración que le quedó mutilada la mano izquierda. 

BIBLIOGRAFIA: “La Nueva Lidia”, 29/06/1885 (Madrid) “La Nueva Lidia”, 07/09/1885 (Madrid) “Apéndice a los anales del toreo de José Velázquez y Sánchez: reseña histórica de la lidia de reses bravas” (1889) - Vázquez y Rodríguez, Leopoldo, 1844-1909 “La Lidia: revista taurina: La Lidia ilustrada con cromos” Año VIII Número 24 - 1889 septiembre 23 (23/09/1889). “Anuario de El Toreo”, 1886 (Madrid). “El toreo” 19/01/1885 (Madrid) “La Nueva Lidia” 1885. Anales del toreo de José Velázquez y Sánchez 1889 Resquemores: anales taurinos, año primero García Rodrigo, Ramón Madrid, 1900

lunes, 21 de abril de 2025

BERNARDO GAVIÑO RUEDA

 


 

Bernardo Gaviño Rueda nació un 20 de agosto de 1812 en la marinera población de Puerto Real (Cádiz) hijo de Juan Gaviño y María de las Nieves Rueda, cuando contaba con un año de edad quedó huérfano de padre y a los diez, de madre por lo que fue criado bajo los auspicios y protección del obispo de Cádiz Don Francisco Javier Cienfuegos quien le procuro sus estudios primarios y secundarios, así como la posibilidad de una futura carrera eclesiástica.

Gaviño se trasladó a Sevilla algunos años después al ascender en la jerarquía eclesiástica su mentor, que fue nombrado arzobispo en la ciudad hispalense. En Sevilla, ya andaba de seminarista cuando descubre su afición taurina, al parecer mucha culpa la tuvo el diestro Juan León “Leoncillo” primo de su madre a quien le agradó el muchacho por su viveza y las reses que para su consumo llegaban al matadero de palacio, poco tiempo después el joven Gaviño se fugó después de un encierro de quince días que le impuso el sr. Arzobispo, en ese tiempo se colocó en una cuadrilla y debuto por primera vez en la plaza de toros de San Roque (Cádiz) a las órdenes de un espada llamado Francisco Benítez y apodado panaderillo o panadero, toreando días después en Algeciras, Vejer y Puerto Real, su pueblo. Enterado un hermano de su madre, D. Francisco Rueda, lo amenazo con meterlo en la cárcel.

Harto de tantas contrariedades se embarcó para América en el puerto de Cádiz, después de una larga travesía llego a Cuba no agradándole el ambiente y embarcando para Montevideo en 1829 donde actuó como banderillero y medio espada las temporadas de 1829-1830 regresando a la Cuba en 1831.

Por tres años hizo campañas aceptables en la isla en compañía de un tal Rebollo natural de Huelva  los gaditanos Bartolo Mejigosa y José  Díaz “Mosquita” y el mexicano Manuel Bravo, en 1834 precedido por su fama y ayudado por las amistades de Manuel Bravo fue contratado para actuar en México y en México se quedó desde 1835 y hasta su muerte, 51 años después.

 “Es aceptado a tal punto que lo hizo suyo la afición que aprendió a ver toros como se estilaba por entonces en España. Gaviño entendió muy pronto que apropiarse del control, no significaba ser el estereotipo de un español repudiado por la reciente estela de condiciones establecidas por un país que ha expulsado a un grupo importante de hispanos a quienes se les aplicó cargo de culpa sobre todo aquello que significó la presencia de factores de coloniaje” (J.F. Coello Ugalde)

En una corrida de toros de la época, pues, tenía indiscutible cabida cualquier manera de enfrentarse el hombre con el bovino, a pie o a caballo, con tal de que significara empeño gracioso o gala de valentía. A nadie se le ocurría, entonces, pretender restar méritos a la labor del diestro si éste no se ceñía muy estrictamente a formas preestablecidas.

Gaviño se ajustó a los gustos del público y creo una manera especial de toreo. Los picadores montaban a caballo con el pecho y las ancas cubiertos de cuero y no picaban a los toros sino que los pinchaban en cualquier sitio, los banderilleros clavaban invariablemente tres pares repartidos por todo el cuerpo de la res y cuando sonaba el clarín salía Gaviño con un capote arrollado a un palo en la mano izquierda y después de dar tres o cuatro lances, se colocaba a la derecha del toro con el capote extendido, hacía con este un movimiento hacia la derecha del toro y al tiempo que el toro embestía al trapo le introducía en la tabla del cuello, casi siempre bajo, el estoque que sacaba inmediatamente dando la vuelta sobre los talones y mostrando al aire el acero victorioso al tiempo que la degollada res rodaba.

Tanto arraigó el sistema que cuando José Machío fue y estoqueo dejando el acero en su sitio en lugar de emplear el metisaca (que tampoco era invención de Gaviño, simplemente lo adoptó), oyó muchos insultos y hasta tuvo que aguantar que lo apedrearan en no pocas ocasiones. Fue Mazzantini en 1887-1888 quien pudo hacer comprender la superioridad del sistema español, con lo cual vino a menos la escuela mexicana de Gaviño.

Bernardo Gaviño aporta, entre otras cosas, la ceremonia de alternativa, en México no se acostumbraba. Es Bernardo Gaviño quien empieza a poner orden y jerarquías entre los toreros. Gaviño concede la primera alternativa en el país, fue a Ponciano Díaz, miembro de su cuadrilla. Tal acto tiene lugar en abril de 1879.

El trabajo de Gaviño para fomentar, innovar  y promocionar el toreo en México fue duro, trabajó en  las plazas de todos los departamentos o provincias, dio funciones de toros improvisando plazas donde jamás se había celebrado una corrida, organizó cuadrillas con aficionados del país, selecciono las vacadas dirigiendo las tientas para afinar la bravura del ganado…

Y a pesar de todo su esfuerzo no consta que recibiese alternativa alguna, hecho que queda empequeñecido al compararse con su titánica y longeva labor en pro de la fiesta en México, se mantuvo activo por más de 50 años y al finalizar la temporada de 1880 en la que había pasado algún tiempo enfermo muchos amigos y admiradores le aconsejaron abandonar las lides al verlo ya anciano y escaso de facultades, a nadie hizo caso.

El 31 de Enero de 1886 y con motivo de la feria de Texcoco se organizó una corrida en la que figuraban Gaviño (74 años) y la cuadrilla de muchachos del país, discípulos suyos.

Estoqueados los dos primeros toros por el diestro español, que vestía de negro con adornos de seda, y el mexicano José de la Luz Gavidia, salió en tercer lugar un toro del ganadero mexicano D.Vicente Pueyo y Carmona “Ayala”, negro zaino que tomo ocho puyazos y mato dos caballos de nombre “Listonero” ,en algunos sitios se nombra como “Chicharrón”, al presentar Gaviño la muleta le infiere una cornada en la región perianal hueco isquio, la enfermería de la plaza solo tiene una cama, un montón de heno, allí fue curado y una hora después se le infectó la herida, no llegando a recuperarse de aquella herida y falleciendo en su domicilio al que fue trasladado el 11 de febrero de 1887, a las 9,30 de la noche.

Hierro de Ayala


“El 31 de enero de 1886, al estoquear un toro de la vacada de Ayala en la plaza de Texcoco, (México). fue cogido y volteado, resultando con una herida de cuatro centímetros de extensión, en la margen derecha del ano, que le perforó el recto, y otra en la entrepierna, que le causaron la muerte, el 11 de febrero” J.Carralero Burgos “La fiesta nacional” 1905

Cromolitografia de “La Muleta” cuyo autor es Carlos Noriega, integrante de la publicacion “tres picos” Mexico 1888 de la colección de D, Julio Tellez.



El Arte de la Lidia  año II, N° 9, del 28 de febrero de 1886.

PARTE FACULTATIVO de las heridas que recibió Bernardo Gaviño en Texcoco la tarde del domingo 31 de enero de 1886 por un toro de la ganadería de Ayala, que ocasionaron su muerte. Bernardo Gaviño tiene una herida de bordes irregulares contusos de cuatro centímetros de extensión situada en la margen derecha del ano hasta la parte posterior que interesa en algunos puntos la piel y el tejido celular y en otras la mucosa y dicho tejido. En la parte posterior de la herida penetra en la fosa isquio-rectal a una altura de 10 centímetros perforando el recto en una obertura superior de un centímetro y 1/2 de diámetro. Tiene en la parte anterior e izquierda de la margen del ano otra herida de bordes irregulares de 2 centímetros 1/2 de extensión que interesa la piel y la mucosa hasta el tejido celular. Al nivel de los trocánteres sobre todo en el izquierdo, grandes equimosis como de 20 centímetros de diámetro. La primera curación se la hizo en Texcoco el Dr. Osorio y el día 1° de Febrero y 1, los Doctores Osorio Icaza y Casasola.

Traje de torear que llevaba Bernardo Gaviño

                                                                        



El periódico EL SIGLO XIX reporta la noticia de la siguiente manera: “El Capitán Bernardo Gaviño fue herido por el tercer toro y parece que de gravedad; igualmente lo fue un torero en el momento de clavar unas banderillas, quien probablemente perderá el brazo que le hizo pedazos el animal; y por último, una mujer cuyo nombre se desconoce, quien recibió una ligera cornada también en el momento de banderillar. El toro “Chicharrón” fue despachado “a la difuntería por el intrépido torero Carlos Sánchez”. Bernardo murió a las nueve y media de la noche del jueves 11 de febrero”

“Dio muerte a 2,756 bichos. Se dice que murió pobre, pero hay quien asegura que testó una gran fortuna. Gaviño a última hora recibió los auxilios espirituales”.                                                                                                            (LA VOZ DE MÉXICO).

Jorge Gaviño Ambríz (descendiente directo): “Semblanza de un torero en el siglo XIX” (Trabajo Académico Recepcional en la Academia Mexicana de Geografía e Historia), (pp.353-375), p. 365-367.

Desde que salió del toril reveló su ley y viveza. Perseguía con feroz encarnizamiento al bulto y se disparaba furioso contra el encuentro de los caballos de los picadores y persistía en la garrocha hasta tocar los ijares, no dejando con vida a ninguno de los flacos resistentes que salieron a la plaza.

Se tocó a banderillas y al ponerle el primer par persigue al banderillero, lo alcanza cerca del burladero, pega la embestida y le quiebra un brazo que le agarra contra la pared de la plaza donde el cuerno deja una profunda huella.

Faja que llevaba puesta el día de la cogida



La compañía continúa banderillando al bicho con gran temor.

Bernardo decía satisfecho: este toro sí es de los buenos. Toma la espada y la muleta, lo cita muy cerca de la valla y el toro le da una cogida causándole una herida profunda y peligrosa.

Se mandó lazar a la fiera pero el público insistió en que la matara Carlos, hubo que ceder, tomó la espada y le dio muerte con una estocada en que le dejó puesta el arma.

Gaviño “todavía caminó por su propio pie hasta el cuartucho de adobe improvisado para enfermería, dejando un reguero de sangre pálida. La herida cerca del ano era profunda, incurable… sobre el camastro el pobre Gaviño respiraba dificultosamente después de la curación bárbara, en un cuarto mal oliente, un montón de heno en el rincón, unos frascos y unas vendas… sobre la silla de tule, los treinta pesos que cobró por actuar en esa tarde gris y polvorienta”.

El periódico “El Siglo XIX” del día 8 de febrero publica el estado de gravedad y las condiciones miserables en que se encontraba:

“El decano de los toreros en México, el octogenario Bernardo Gaviño, sabido es que no ha muerto, pero sí se halla grave y casi al borde de la tumba. Algunos amigos que hemos estado en su casa a informarnos de su salud, nos conmovimos profundamente por la miseria horrorosa en que se encuentra. La pieza en que está es baja, oscura, húmeda, casi es un sótano El Dr. Vicente Morales lo asiste con ese empeño y solicitud que todos le conocemos y más los exagera, tratándose de heridos en lides tauromáquicas. Dados los sentimientos humanitarios que ha mostrado el buen viejo con propios y con extraños en iguales circunstancias las que hoy lo agobian, así como el deseo de algunos de sus buenos amigos para favorecerle, ahora que carece de los indispensables elementos para su curación, no hemos vacilado en promover una suscripción que pudiera acaso servirle de mucho en estos momentos.

 “Es un deber de humanidad el que invocamos, así de sus paisanos los españoles, como de sus amigos del país. Los donativos se reciben en la peluquería de la calle de los Rebeldes, junto al baño”.

El día 11 de febrero a las 9:30 de la noche en el Callejón de Tarasquillo número 5 1/2 bajos, falleció de gangrena del recto el célebre torero Bernardo Gaviño a los 73 años de edad, durante su carrera dio muerte a 2950 bichos.

Fue inhumado en el Panteón Civil, en una fosa de tercera clase, ocupando la Nº 1763, línea 23, sepulcro 2.

Juan Pellicer Cámara (Cartas Taurinas 1973, México) escribe al respecto: “su estancia aquí dejó una huella profunda, fue un patriarca incansable en el ejercicio de su profesión. El repertorio de suertes y aún de la manera de vestir tuvieron en Gaviño un poderoso transmisor. De lo que Gaviño impuso y de lo que a él le impuso nuestro medio, nació el mestizaje, que tuvo su afirmación y evolucionó más a más, hasta adquirir un tipo perfectamente definido, con sello y personalidad muy propios”.

 

Bibliografía:

José Francisco Coello Ugalde “Registros Taurinos en Texcoco durante el siglo XIX”

“Cosas del pasado: música, literatura y tauromaquia” Carmena y Millán, Luis, 1845-1903 Madrid: Librería de Fernando Fé, 1905 (Imprenta Ducazcal, 1904)

“La Fiesta nacional” : semanario taurino: La Fiesta nacional : semanario taurino - Año II Número 53 - 1905 abril 1 (01/04/1905)

“Los toros”: revista taurina: Los toros : revista taurina - Año II Número 48 - 1910 abril 8 (08/04/1910)

El Ruedo: suplemento taurino de Marca: Año IV Número 163 - 1947 Agosto 07, Año VII Número 338 - 1950 Diciembre 14.